He aquí un pequeño homenaje, publicado en Cabradigital.es, para un gran poeta que se relaciona con el tango: Horacio Ferrer.
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UN ADIÓS A HORACIO FERRER
(c) Manuel Guerrero Cabrera
Este lunes me desayuné la noticia de que se nos había ido al otro lado del charco Horacio Ferrer, el gran poeta del tango moderno, el renovador literario de la letra de lo que en lo musical fue Ástor Piazzolla. Como él mismo había anunciado en Balada para mi muerte: murió en Buenos Aires y guardó mansamente las cosas de vivir.
Horacio Ferrer escribió varios ensayos sobre el tango y su historia, aunque él formara parte de ella, desde que en 1969 hiciera famosa la Balada para un loco, cuya popularidad hizo que la encrucijada entre la Avenida Corrientes y la de Callao en Buenos Aires pasara a llamarse Esquina Horacio Ferrer, al mencionarla en sus versos:
¿No ves que va la luna rodando por Callao?
Desde que Homero Expósito tratara la sorpresa como un gorrión atravesado por un arco de violín o la dulzura en el color de los ojos de azúcar quemada, el tango tenía muy difícil hallar otro autor de atrevidas metáforas, que fuera un paso más allá de lo esperado para una canción de origen popular. Horacio despliega sus alas literarias en un vuelo audaz que nunca pasó ni pasará inadvertido, como demuestran estas imágenes extraídas de sus composiciones:
Cuando anochezca en tu porteña soledad,
por la ribera de tu sábana vendré
con un poema y un trombón
a desvelarte el corazón.
[…]
Como un acróbata demente saltaré,
sobre el abismo de tu escote hasta sentir
que enloquecí tu corazón de libertad…
(Balada para un loco, 1969)
Te vas toda de párpado sin ojo,
(El amor imposible, 1983)
Si la luna brilla
sobre la parrilla,
come luna y pan de hollín.
(Chiquilín de Bachín, 1968)
Mi loco bandoneón,
ladrón de sombras de mujer,
tu nácar se robó
las lunas que no están.
(Mi loco bandoneón, 1981)
Horacio fue renovador y consciente de sus desafíos; entre los que destaco la serie de homenajes que realizó a escritores, cantores o directores. Así, la Milonga para Borges deja clara su admiración:
Por calles de Buenos Aires
provocará el laberinto
del amor y los cabales
mitos di sueño argentino.
Y la amistad con el Polaco, con esa gran voz que fue Roberto Goyeneche, que cantó, al igual que le pasa a Joaquín Sabina, hasta cuando la «arena» no se lo permite:
Porteño, flaco y rubio, te dicen El Polaco.
Tal vez fuiste morocho y el alba te peinó
con lágrimas de luna, muy niño, en aquel patio,
dolor que en una orquesta de mirlos debutó.
E, incluso, escribió este tango para Woody Allen:
Woody Allen, quiero verte en Buenos Aires,
ruso piola y atorrante de Manhattan,
con tu cara de gilastro,
y tu corazón en llamas,
te veo por Corrientes palpitando
nostalgias que hacen mal, pero son lindas:
Buenos Aires, viejo Woody, es una mina
de la que ya never more escaparás.
Hasta siempre, don Horacio Ferrer. Espero que al final los verbos en futuro de lo que escribiste en «Balada para mi muerte» se hayan cumplido en el perfecto pasado de tu querencia:
Me pondré por los hombros, de abrigo, toda el alba,
mi penúltimo whisky quedará sin beber,
llegará, tangamente, mi muerte enamorada.