Tiempo y sangre de ETA en La Opinión de Cabra

Con el anuncio de que los terroristas de ETA dejan la violencia y los asesinatos (o lo que ellos denominan delicadamente «lucha armada»), he sentido alegría y nostalgia.

La alegría me surge con la noticia más esperada o, concretamente, la que más ansiaba para la democracia, en la que siempre he vivido y de la que los terroristas se han aprovechado en varias ocasiones. La alegría de que, aunque el viernes siguiente hiciéramos vida normal, como si no hubiera pasado nada, todo es diferente y de que España se levantará cada día con menos temor y menos amenaza para su ciudadanía, la que en estos tiempos inciertos tiene necesidades mayores que cualquier cuestión de su política terrorista.

Pero también siento nostalgia al reflexionar sobre lo pasado, no por una experiencia personal, sino de lo común. He recordado el intento de asesinato del escritor Antonio Burgos y de que el poeta Manuel Alcántara se alegraba de que no tuviera que entonar un «Salid sin duelo lágrimas corriendo»; se me ha vuelto a la mente el inicio del programa de Carlos Herrera el día siguiente a su paquete de puros explosivos; he vuelto a releer la noticia de cuando encontraron a Miguel Ángel Blanco y del tiroteo que acabó con José María Martín Carpena en Málaga. Y, aunque me he alegrado de saber que nada de esto se repetirá, al mismo tiempo he sentido el peso de la adultez y del tiempo en mí, pues he crecido con la alargada sombra de la muerte del grupo terrorista en la sociedad.

Con el deseo de que esta vez cumplan su palabra, para que podamos crecer en democracia y nos sintamos más libres como ciudadanos, no puedo dejar atrás la desconfianza y recordar aquella fábula del escorpión y la rana, en el que el primero pide a la segunda que le ayude a cruzar un río; la rana se niega en un principio argumentando que seguro que la picará, pero el escorpión le responde que, si le picara, morirían los dos en el agua; finalmente, la rana acepta y, cuando ya han cruzado buena parte del río, el escorpión clava el aguijón en la rana:

–¿Por qué me has picado, escorpión? Ahora moriremos los dos.
–Lo siento, pero lo llevo en la sangre. Es mi naturaleza y no puedo evitarlo.

ETA ha dicho que deja las armas, aquello que precisamente siempre han llevado en la sangre.

La creación poética de Blanca de los Ríos (fragmento)

Fragmento de la comunicación publicada en el volumen Estudios de Literatura General y Comparada, SELGYC / Delegación de Cultura del Ayuntamiento de Lucena, A. Cruz Casado y M. Raders (eds.), 2009, pp. 489-507. En concreto, la que trata de sus inicios poéticos y de su primer libro, Esperanzas y recuerdos (1881).

2. OBRA POÉTICA.

2.1.Inicios y primeras publicaciones: 1878-1880.

 

En poco más de una década, 1878-1891, escribe casi toda su obra poética. De este intervalo de tiempo, son los años comprendidos entre 1878 y 1881 donde podemos datar un mayor número de poemas; publicados, igualmente, en estos años la mayoría, ya que el resto podemos encontrarlo en diversas revistas, en sus Obras completas, volumen IV (1912) y en la colección de poesías ¿Vida o sueño? Rimas (1941).

Nuestro trabajo analizará la obra de doña Blanca, según su orden de publicación fundamentalmente, aunque señalaremos también el orden de composición cronológica, cuando podamos datarla.

Así, antes del primer libro de poesía, Los funerales del César, publicado en 1880, podemos afirmar que dicha obra no fue lo primero que escribió. Doña Blanca tenía “fama de literata” entre sus compañeras de colegio, ya que componía poemas y dramas “antes de saber escribir” (González López 2001: 21-22, nota 25), pero su concepción de  la literatura era la de pasatiempo hasta que acontece la muerte de su madre en 1877, fecha en la que ya tiene compuestos algunos poemas como «La última joya», que incluirá en un poemario posterior (González López 2001: 21-22).  

Su aportación en la Corona fúnebre dedicada a la memoria de Su Majestad la Reina Doña María Mercedes de Orleáns (Corona 1878: 216-218) de 1878 se ha de considerar la primera participación poética importante en su obra. En el mismo libro se indica que su colaboración fue espontánea y, según supone M. A. González, o bien su padre o bien su tío pudieron interceder para que los poemas, cuyos primeros versos son «Pobre flor que en su mañana» y «¡Ay tanta juventud, tanta alegría»[1] fueran admitidos; con lo que “Blanca de los Ríos conseguía así que su nombre apareciera asociado a lo más granado de la lírica postromántica del momento, en una iniciativa de proyección nacional” (González López 2001: 24). Los dos poemas incluidos en la Corona fueron escritos ese mismo año en Sevilla (Ríos 1881: 13-14); ni en la forma ni en el contenido presentan originalidad o interés; si bien comparten el asunto, un llanto a la muerte de la Reina, no sucede así con el metro empleado: «Pobre flor que en su mañana» son redondillas y «¡Ay tanta juventud, tanta alegría!» son una serie de endecasílabos no rigurosamente encadenados. Ambos fueron publicados con el anagrama de Carolina del Boss.

¿Por qué doña Blanca no utilizó su nombre? Por un lado, creemos que, como anagrama de Blanca de los Ríos, Carolina del Boss es un juego de letras utilizado desde niña (Simón Palmer 1991: 578); por otro lado, cuando deja de percibir la literatura como entretenimiento, para introducirse en el mundo de las letras, optó por publicar con su anagrama, no precisamente para ocultar al público su sexo[2], puesto que el seudónimo anagramático es femenino, sino para madurar como escritora. En conclusión, podemos decir que lo irá abandonando, porque se siente orgullosa de su nombre y de la familia de la que procede, que no quiere ocultar más y que tan importante es en la época.

Aún antes de su primera obra poética, junto con su padre colabora en El libro de la Caridad (El libro 1879: 21-29, 351-354) con los poemas «El ángel de las aguas» y «La última joya». El primero, «El ángel de las aguas», está escrito en el Madrid de noviembre de 1879 (Ríos 1881: 8), es un largo poema narrativo de endecasílabos blancos, donde en una naturaleza bajo la percepción romántica se refiere el ahogamiento de un niño; M. J. Soler clasifica este poema como representativo de la descripción de figuras femeninas, ya que en el fragmento I:

Se describe […] un ángel con figura femenina que sale “como siniestra ondulación del agua”, […] sin embargo, es descrito como un ser hermoso, pálido y de largos cabellos, cualidades propias del tipo de mujer de moda de la época» (Soler Arteaga 2004)[3].

Y en el fragmento II se describe a la madre del niño, que es descrita por sus cualidades de ternura y “blancura y tibieza de su regazo” (Soler Arteaga 2004), como imagen femenina del ángel del hogar. El otro poema, «La última joya», es similar al anterior; escrito en cuartetos, está dedicado a su madre, que aparece mediante la utilización del diálogo. Como rasgo común de todas sus primeras composiciones:

Aúna las imágenes propias del romanticismo con las características formales peculiares de la escuela sevillana. El elevado espiritualismo en la concepción filosófica y la grandiosidad de la frase constituyen lo más esencial de poemas como “El ángel de las aguas” o “La última joya” (González López 2001: 25).

Aunque en 1880 doña Blanca se instala definitivamente en Madrid, todavía mantiene con Sevilla el nexo de haber publicado allí Los funerales del César, que no es sino una leyenda histórica. Son escasas, casi inexistentes, las referencias que hemos encontrado a esta obrita. Por supuesto, no conocemos ningún estudio particular sobre ella, aunque sí algunas referencias en la tesis de M. A. González López, a las que incorporaremos nuestra aportación. Esta obra sigue “la moda que prolongaba el romanticismo “histórico” a la manera de Zorrilla” (González López 2001: 27), por lo que la leyenda está narrada en verso. Doña Blanca divide la leyenda en tres jornadas, en las que emplea dos tipos de metro: para la primera, segunda y final de la tercera jornada utiliza la décima; para toda la tercera, salvo el final, endecasílabos blancos. Esto indica que el nudo, la parte central, donde aparece la esencia narrativa del texto, está señalado y está escrito en endecasílabos blancos, que “describen el retiro y muerte del emperador Carlos I en el monasterio de Yuste” (González López 2001: 27)[4]. A la obra precede una dedicatoria a su padre, donde emplea el tópico de humilitas: “Escrita esta leyenda por compromiso, no podía ser inspirada; concluida en brevísimas horas, no podría ser correcta; falta de ambas cosas, está, pues, destituida de todo mérito”. Según la trascendencia que le demos a estas palabras, valoraremos el texto de la leyenda. Creemos hallar algunas connotaciones postrománticas en esta dedicatoria, porque confiesa que la obra (de clara raíz u origen romántico) no ha sido inspirada, siendo éste un valor importante para el Romanticismo; no obstante, pese esta confesión, la ha concluido en pocas horas y, de ahí, dilucida que su obra no tiene mérito alguno. Pero, frente a este desmérito, compensa el conocimiento de haber utilizado bien el citado tópico de humildad, pues en Los funerales del César encontramos varios recursos, entre los que citamos el más que notable despliegue de la iconografía romántica; valga como ejemplo este pasaje sobre la tarde:

Tardó el amanecer de un sol de otoño,

No acertaba a romper entre las nubes;

Solemne despertar el del convento;

Doblaba el bronce, el Aquilón rugía

Y algo de luz flotaba con las sombras[5].

Emplea citas “cultas”, recurso que empleará perfectamente más adelante y que caracteriza a toda su obra, tanto crítica como creativa; he aquí dos tipos de referencias «cultas», una a la mitología y otra a la cultura italiana:

Como el Atlante, por el cauce roto

Derrumbóse en torrente de la altura

[…]

Miguel Ángel y el Dante no soñaron

Visiones tan terribles y espantosas[6].

En cuanto a las imágenes empleadas, se vale de un amplio número de comparaciones, que se pueden dividir en tres grupos: 1) muy coloridas y complejas:

Como en la noche

Surge el rayo, rasgando las tinieblas

[…]

Rojo arcángel de fuego hendió el vacío[7].

2) Arraigada y simple:

Como si aquel cirio fuera

la débil luz de su vida[8].

Y 3) culta, “Soberbio como el Atlante” (Ríos 1880: 23). No emplea metáforas novedosas ni tienen un uso original, ya que emplea las típicas del siglo XIX romántico:

Rodó el tronco sobre el lecho

Y el alma en la eternidad[9].

En conclusión, podemos decir que doña Blanca participa en sus comienzos literarios con una leyenda en verso de tendencia romántica, que no tiene otro desmérito que el de, si bien no poseer ningún recurso literario novedoso, manifestar características que la autora intensificará posteriormente; por lo tanto, no estamos de acuerdo con Amantina Cobos, cuando refirió que esta obra es “de tan elevado numen, que difícilmente se escribirá nada que le aventaje” (Cobos de Villalobos 1917: 6)[10].

2.2.Esperanzas y recuerdos: 1881.

 

Frente a la obra anterior, Esperanzas y recuerdos, publicada en 1881, es motivo de una mayor atención por parte de la crítica e, incluso, varios estudios inducen a considerar este tomo de poesías como la primera publicación poética[11] de doña Blanca; sin duda alguna, con este libro se ve definitivamente introducida en el mundo literario, además de hacerlo con su nombre propio[12]. Pese a la fecha de publicación, estamos de acuerdo con M. J. Soler, cuando argumenta que la obra puede considerarse romántica, ya que doña Blanca “estaba utilizando en ese momento la retórica, las estructuras, los temas e incluso las imágenes que habían empleado los poetas románticos” (Soler Arteaga 2004); por ello, en Esperanzas y recuerdos, hallamos, en cuanto al estilo, dos tipos de textos: poemas de estilo romántico prebecqueriano y de estilo becqueriano; igualmente, distinguimos, en cuanto a la temática, no sólo composiciones de amor, sino también de circunstancias y de auto-representación (Kirkpatrick 1992: 17-22) (Soler Arteaga 2004). Esto se debe a que este poemario recoge toda la obra lírica escrita y publicada por doña Blanca hasta 1881. Muestra de esto es que recoge las composiciones comentadas anteriormente: «El ángel de las aguas», que abre el libro, los poemas a la muerte de S. M. la Reina y «La última joya». A esta conclusión se llega tras leer el libro y conocer un artículo de doña Blanca titulado «La poesía», donde confiesa su entusiasmo por Bécquer, rechazando los temas prosaicos y la forma ajustada, enfatizando su interés por la subjetividad, el enardecimiento del mundo interior indispensable para el conocimiento. Teniendo en cuenta el estilo y la temática, pasamos a analizar los poemas del libro, comenzando por los de estilo romántico (Ríos 1884: 156).

Resulta significativo que la segunda composición del libro sea «El poeta». Son serventesios que están firmados con la fecha de enero de 1879, en Sevilla[13], que poseen “algo de manifiesto literario: “Venid de estos siglos yo soy el profeta; -mi acento arrebata los pueblos en pos [..]; -yo soy en la tierra la sombra de Dios…”” (Gallego Morell 1978: 72). Efectivamente, es una definición, una representación de ella misma en el poema, caracterizada nominalmente por el empleo del pronombre Yo y del determinante posesivo Mi y, verbalmente, por el empleo de la forma verbal en primera persona del singular; de tal modo, que, salvo cinco estrofas, todas comienzan con alguno de los elementos característicos de la primera persona señalados anteriormente. M. J. Soler (Soler Arteaga 2004) señala que doña Blanca llega a representarse de forma muy distinta en este poema, en una estrofa se identifica con el lirio (un ejemplo más de las comparaciones entre la flor y la mujer[14]) y en otra con el viento “libre y potente”, lo que se relaciona con otro poema del libro, «El soñador». Este largo poema de endecasílabos blancos lo escribe un año después (febrero de 1880 en Sevilla) y mantiene la misma actitud, llegando a advertirnos al final: “cuanto más me acoséis, más alto vuelo” (Ríos 1881: 39). Así, en «El águila» (poema temprano, de noviembre de 1878), los endecasílabos nos remiten a varios rasgos de estilo romántico e imágenes tomadas del teatro áureo; pero es la imagen del águila lo original: mientras que anteriormente (utilizada por Carolina Colorado) aludía a su situación de poeta en contraste con su condición de mujer, para doña Blanca representa una desmoralización espiritual que remite al corazón, debido a la realidad (Kirkpatrick 1992: 57) (González López: 28).

Otro grupo de poemas de estilo romántico son los de circunstancias, donde incluiríamos los ya mencionados «El ángel de las aguas» y los dos poemas «En la muerte de S. M. La Reina». Pertenecen a este grupo los siguientes poemas: «Herculano y Pompeya», donde en endecasílabos y algunos heptasílabos describe ampulosamente estas ciudades, notándose la clara huella de la poeta Antonia Díaz de Lamarque[15] (González López: 28); «A Romea», décimas espinelas en las que magnifica al poeta y su obra, con las que obtiene en 1880 un accésit de la Sociedad «Julián Romea» de Barcelona[16] (González López 2001: 28) (Simón Palmer 1991: 578); y los poemas sobre la muerte de su madre que cierran el libro: «Veladas de invierno», largo poema de recuerdos en endecasílabos blancos; «Presentimientos», donde destaca el uso de los endecasílabos como reflejo de serenidad, frente a los dodecasílabos que se relacionan con la inquietud y la intranquilidad de la autora ante la muerte de su madre; «La última joya» y «¡Su último día!», poema en octavas reales, al estilo de los anteriores.

Veamos ahora los poemas cuyo estilo recuerdan a Bécquer. La auto-representación la hallamos en «Cantos de Ofelia», que comienza con la cita de dos versos de la Rima VI del poeta sevillano:

La dulce Ofelia, la razón perdida,

cogiendo flores y cantando pasa.

El poema se halla escrito en endecasílabos (partes I y II) y en alejandrinos (III), resultando más becquerianas las dos primeras partes, con léxico que nos recuerda al poeta referido:

Mefítico vapor, órbita impura

Del pensamiento… ¡inmensa nebulosa!…[17]

La identificación entre el yo lírico y Ofelia es muy clara en la primera parte, donde los demás la tildan de loca: “La triste Ofelia soy; me llaman loca” (Ríos 1881: 17). En la segunda, delibera “acerca de la razón para acabar haciendo una apología de la locura” (Soler Arteaga 2004) y, en la tercera parte, quiere volver a tener cuerpo, puesto que se ha convertido en un especto, que desea recordar lo que fue: “¡Memoria! ¿Qué fue de aquello? ¿Fue por ventura amor?” (Ríos 1881: 20).

Hallamos algunos poemas de circunstancias bajo el signo de Bécquer. «A Florentina Amador de los Ríos», dodecasílabos de 7+5 a la muerte de su prima, idealizada según los rasgos de la imagen femenina del poeta sevillano:

Blanca sonrisa de la mañana,

Redonda y sonrosada cual la manzana.

Es tu cara tan blanca como el armiño;

Tienes alma de ángel cuerpo de niño[18].

De los poemas «El tiempo» y «La noche», además de que el primero está escrito en octosílabos (sextillas) y el segundo en endecasílabos, indicamos cómo las dudas que nuestra autora tiene (fugacidad el tiempo, duda religiosa resuelta en cristianismo,  el ser humano…), están presentes opuestas al positivismo. Este rasgo es lo que hace becquerianos estos poemas (y los ya señalados), promoviendo “la subjetivización de lo exterior, valorando la realidad en la medida en que la sensación convocaba a […] la imaginación, la memoria y el recuerdo, la emoción, el sentimiento o el pensamiento” (González López 2001: 29).

Indicamos aquí que hasta ahora todos los poemas vistos concluyen con exclamación, como signo ortográfico (Gallego Morell 1978: 72) de la expresión más íntima del poeta. Sólo «En la muerte de S. M. La Reina» (los dos) y «A Romea» no exclaman, quizá porque los de S. M. poseen escaso carácter íntimo y «A Romea» reproduce en el verso final una cita.

Por último quedan las secciones «Madrigales», de inspiración clásica y sabor becqueriano, y «Rimas», claramente relacionado con el poeta sevillano; en ambas la temática principal es la amorosa. De los «Madrigales», el primero es «Tu nombre», donde hallamos notas becquerianas como “Que era tu nombre azul el mismo cielo” (Ríos 1881: 59); en «Tú y yo» aparecen imágenes tópicas de la tradición femenina como la flor, al decir “Yo soy la pobre flor” (Ríos 1881: 59[19]);  y la mujer como puro sentimiento, pues dice “Si es mar de llanto la existencia mía” (Ríos 1881: 59); pero las convierte en algo nuevo (“Tú eres rayo de sol, mírate en ella”, Ríos 1881: 60); hallamos un juego entre el Tú y el Yo, que consiguen unirse en los versos finales de cada estrofa, con especial relevancia en el verso final, en que ambas formas están contiguas en la forma correspondiente del verbo Ser (“si yo la noche soy, sé tú mi estrella”, Ríos 1881: 60); «Misterios» es similar a las anteriores, que emplea imágenes de las estrellas y las gotas de rocío en analogía con la mirada; y, el último madrigal, también llamado «Misterios», muestra un Yo femenino poseedor de la voluntad de dominar las emociones y pasiones que vive (Soler Arteaga 2004).

Finalmente, «Rimas» acoge una amplia variedad de poemas, tanto en la forma como en el contenido, que trataremos de agrupar según este último. (a) Hallamos «Rimas» religiosas como la I, escrita en endecasílabos, donde el cristianismo sirve de paradoja para indicar que en el mundo el fango ama el reptil; también la VII, en endecasílabos y heptasílabos, se reflexiona sobre la visión de Dios, que contempla el universo y sonríe ante el beso y la oración de dos amantes. (b) La vida como sueño o el sueño y la fugacidad del tiempo son los temas de las II, IV  y VI. (c) La fuerza creadora del poeta o la inspiración es materia del romance de la rima III y los tercetos encadenados de la XIII. (d) La muerte aparece en el romance de la VIII, reflexión apoyada con recursos como las comparaciones de “como el ángel en la nube” (Ríos 1881: 70) y “como en la concha la perla” (Ríos 1881: 70) y los paralelismos; en la XII la muerte es ya la de su madre, clave para entender el título del poemario:

¡Perdona, madre mía,

si tu recuerdo

troqué por esperanzas

que ya se han muerto![20]

(e) El grupo más nutrido es el del amor. La V (en octavas –AABCCB- de alejandrinos) define el amor como un ángel bello que se lamenta en dulces suspiros; la IX identifica la vida con el amor y lo efímero (“Qué es la vida? -¡Nada!… ¡amor!…”, Ríos 1881: 75); las X y XI recurren a imágenes típicas, como la nieve o el volcán, sin nada a destacar; y la XIV, con la que concluimos el análisis de este libro, describe sus sentimientos y, como expone M. J. Soler, requiere para la mujer sentir  hasta perder la razón, hasta desvariar; aunque esto lleve a la desilusión (Soler Arteaga 2004):

Huyen mis ilusiones en derrota[21].


[1] Al igual que «La última joya», estos dos poemas se incluirán en el poemario Esperanzas y recuerdos.

[2] Ena Bordonada en Novelas breves de escritoras españolas (1900-1936),  p. 18, y  Flecha en Mujeres en la historia de España. Enciclopedia biográfica, sugieren que firmó con su anagrama, debido a la dificultad que en la época reconocía a la mujer sus propios méritos. Pero «Carolina del Boss» es un anagrama que no oculta su nombre ni su sexo.

[3] Doña María Jesús señala, además, que el ambiente es propio del Romanticismo.

[4] M. A. González habla de Carlos I en la obra: «El monarca aparece caracterizado como un hombre atribulado por el poder y la duda de la bondad y justicia de su reinado».

[5] Ríos 1880: 19.

[6] Ríos 1880: 19.

[7] Ríos 1880: 18.

[8] Ríos 1880: 22.

[9] Ríos 1880: 27.

[10] Agradezco a M. J. Soler Arteaga que me haya facilitado esta referencia bibliográfica.

[11] Así lo creímos en la comunicación de hace dos años  (de 2006), porque las fuentes fundamentales señalaban la novela Margarita como obra inmediatamente anterior a este poemario, salvo M. del C. Simón Palmer, que citaba Los funerales del César con la denominación de “leyenda histórica”.

[12] Debido a las referencias de algunos estudios de que el anagrama de la autora aparece como firma de esta obra (p. ej., Flecha 2000), indico que en la portada aparece el nombre de Blanca de los Ríos.

[13] Esta información suele aparecer al principio o final de los poemas de Esperanzas y recuerdos.

[14] En Kirkpatrick 1992: 17 leemos que estos símbolos “fueron utilizados casi siempre para sugerir la sensibilidad inocente del sujeto lírico”.

[15] Sobre Antonia Díaz, vid. la comunicación de Guerrero Cabrera / Villalba Muñoz 2006: 446-448.

[16] En Enciclopedia: 44,  no señala este premio, pero se indica que  “obtuvo seis premios, de 1889 a 1891, en los certámenes poéticos de la Sociedad Julián Romea”, de los que no hemos encontrado ninguna referencia más en ningún estudio o documento.

[17] Ríos 1881: 19.

[18] Ríos 1881: 33.

[19] Nótese la representación de la autora como flor en el poema.

[20] Ríos 1881: 80. La cursiva es nuestra.

[21] Ríos 1881: 84.

Uno partido de Ángel de la Torre. Reseña en Lucenahoy.com

El pasado 23 de septiembre tuve la gratísima ocasión de asistir a la presentación de Vertical Ediciones, dirigida por el poeta Jacob Lorenzo, y de dos poemarios. Dejando a un lado el de Antonio Rivas, por su eficiente técnica y por su profundo conocimiento de buen poeta, mi sorpresa mayor fue Uno partido del también lucentino Ángel de la Torre, cuyo verso me ha parecido sobresaliente.

Comienzo a leerlo, dos, tres, cuatro poemas y descubro que este joven poeta consigue la unidad del ente poético, no solo desde la imagen y el significado, sino también desde el ritmo interior y la idea de poema; quiero decir que sus poemas son geniales en todos los aspectos y esto me ha encantado. Estos dos aspectos, imagen y ritmo, se presentan cuidadosa y excelentemente, no destacando ninguno y, por ello, lo más difícil, haciéndolos perfectos en cada texto:

Un lugar donde quepan tus mejillas.

Un espacio

para que tus pies pasen por mi piel.

A esto debe unirse la intensidad de su escritura y de la fuerza que manifiesta su palabra, pues con seis o siete versos consigue transmitirnos toda una poética de la importancia del otro, de un tú para que, por ejemplo, este poema comunique y tenga sentido:

Pronuncio yo cien veces

para que signifique nadie.

Trazo el contorno

del cero

y jamás se completa.

Pones tú en vez de yo,

pongo infinito en vez de cero.

Y, de lo más importante, su poesía no resulta vacía, pues el mensaje está claro y nos llena:

La distancia que existe entre personas cuerdas

la establece la propia

cordura.

El infinito

de la luna en tus pechos.

Un mensaje nacido con Chantal Maillard y el imprescindible Vicente Núñez, una poesía joven que animo a leer desde aquí.

Arrugas. Artículo en Cabra digital

Aunque esté de moda la juventud, no solo por la que fue a ver al Papa sino también por la del 15M o por la que tanto aparece en las series televisivas, estoy impresionado por la lectura de un libro, de un cómic para ser exacto, que trata sobre la vejez. Me refiero a Arrugas de Paco Roca, que trata sobre Emilio y su llegada al geriátrico, donde su hijo lo ingresa.

Ya desde el inicio tenemos una muestra brutal de lo que nos espera, pues observamos a un Emilio joven comunicando a una joven pareja que no se le concederá un préstamo; pero es una ilusión, que se rompe cuando el joven le dice que no quiere ese dinero sino que se acabe la sopa; así, de pronto, Emilio envejece y comprendemos que él es una persona mayor con síntomas de alzheimer y que su hijo, lejos de solicitar un préstamo, reprende a su padre para que coma.

Ya en la residencia, la vida se nos muestra desde el punto de vista de Miguel, su compañero de habitación, quien no tiene a nadie, ni hijos ni familiares, y dice ser feliz; salvo en determinadas actividades, la vida es una monotonía de la soledad, un paso inexorable de las horas sin nada que les motive a ello, como queda reflejado magistralmente en las páginas donde los personajes aparecen sentados o desaparecen, al mismo tiempo (nunca mejor dicho) que un reloj permanece presente moviendo sus agujas continuamente.
Así, gracias a Miguel, asistimos a las «manías» de cada uno de los personajes: Rosario imagina que está en el Orient Express, Félix piensa que hace la mili en el norte de África, o doña Sol que pide continuamente un teléfono para llamar a sus hijos; actitudes que Roca ha tomado prestadas de abuelos y padres de amigos, de la realidad.

Entre los personajes, es Miguel el socarrón, el que quiere sacar algo más a su edad, que no tiene recelo en conseguir dinero de sus compañeros de residencia con engaños, pero que al mismo tiempo tiende una sincera amistad a Emilio. A través de Miguel se nos ofrecen algunos momentos de humor y de ánimo que hace de Arrugas algo más que un cómic. En contraste con él, el alzheimer de Emilio y el de otros compañeros nos inquieta y nos sobrecoge entre sonrisas tristes y momentos de intensa poética, como el espléndido recuerdo de la nube que tiene uno de los personajes; en un momento vital en el que no nos salva la cultura (la imposibilidad de recordar una recentísima lectura) ni la rutina (el empeño de Emilio de que tiene que trabajar, cuando está jubilado) y que nos acercará a nuestra experiencia cercana con nuestros familiares o amistades mayores que recuerdan perfectamente a su maestra y sus clases en el colegio, pero que no pueden acertar con tu nombre de pila, seas –o no– su nieto.

En verano escribí en este mismo medio acerca de unas lecturas recomendadas de cómic. Un lector tuvo la bondad de acertarme con lo de que no había citado ninguno español, por lo que aprovecho esta circunstancia para que los lectores de Cabra Digital se acerquen a nuestro cómic con esta obra que, entre otros, ganó el Premio Nacional del cómic en 2008.

Para despertar en Madrid y Móstoles

Este fin de semana, presenté en Madrid y en Móstoles Para despertar. En este vídeo se puede disfrutar de la dramatización que realizaron Rosa, Mercedes y Carmen de A.S.E.A.P.O. de dos relatos en Madrid.

Gracias al Centro Hispano-centroamericano de Madrid, a la Casa de Andalucía de Móstoles, a A.S.E.A.P.O., a Manuel Ariza, a Ángel Muñoz, a Pilar Díaz y a Antonio J. Sánchez.

Presentación de Mil novecientas setenta y dos de José de María Romera

El día 8 de octubre, a las 12:30 horas presenté el libro 197(2) de José de María Romero en Aguilar de la Frontera. Realicé un discurso acerca de este poemario que comparto aquí:

Quiero comenzar agradeciendo a Cool-tura, Acción y Poesía y a José de María que hayan confiado en mí para esta presentación.

 Del título de esta obra Mil novecientos setenta y Dos queda destacado desde el mismo título, situándose  en el paréntesis, el Dos. Y es, precisamente, este número lo que vertebra el poemario pues encontramos un eje bipolar, prosa (textos impares) y poesía (pares).

Jorge Guillén escribió sobre Góngora, de quien se cumple 450 años del nacimiento, que «se apasiona por la hermosura del mundo o lo describe convertido en hermosura». Y José de María Romero, sobre él mismo, a 39 años, nos hace una declaración similar de intenciones: «Para mí la belleza es un hecho irrepetible. Y es esa cualidad única la que lo perpetúa en la memoria», añadiendo «en busca de consuelo». Esto nos lo confiesa en el texto I, al comienzo de su obra, para que la persona lectora sepa a qué atenerse: «A veces, la emoción de las palabras consiste en que nos remiten a otras épocas, a otros lugares».

 Como he sugerido, hay un eje bipolar en el libro, pero UN eje, la palabra de José de María. Si en los textos en prosa, a modo de metaescritura (escritos que hablan de la escritura) que la belleza es irrepetible, él lo lleva a la práctica en los poemas versificados, como ocurre en el texto II, donde el tiempo, que también es irrepetible por su condición de inexorable, parece detenido (observen la ausencia de verbos, de acción).

Carmen Espada medio ciega

letras y santos apilados

bajo los asientos

Javier Jiménez

a gusto bajo su escritorio

Y movidos a la búsqueda del consuelo

Mi padre

con gesto de dolor

o asombro empujado de la lectura

La infancia, la adolescencia, en esencia, los recuerdos confirman lo irrepetible del tiempo, plasmado en un verso único, irrepetible, porque la belleza lo es.

Recuerdos como el de ver al Nazareno encerrarse, un amor ya pasado, el cine…, tintes nostálgicos que se entrecruzan con el hoy y en otros lugares que son, y al mismo tiempo no son, Aguilar.

Sentados en la terraza

del café Universal junto a la plaza

del Salvador en Sevilla

los niños

que cruzan corriendo por las Descalzas

hacia el cine Victoria en Aguilar

de la Frontera

Y

Como una vez

en la biblioteca municipal de Liverpool

leyendo a Lorca

Fue

como caminar por el campo

en Aguilar

Y para ello, José de María pone casi todo de su parte. En el texto III nos dice (o no) que no nos quedemos en meros lectores, que su deseo es vernos en el otro lado, donde figuran estos recuerdos por ejemplo;  y en el V (quinto) define lo que es su escritura: «buscar la postura… hasta encontrar la calma», y, así, lo pone en práctica en su verso intenso:

Habrá que empezar a tomarse

la vida en serio

(…)

escribir no es siquiera

ilusión de compañía

Y con rupturas sintagmáticas que obligan a cambiar la «postura» del lector:

De culo con la intuición de que todo

Estaba ocurriendo entonces y al mismo

Tiempo en un futuro ya sin nosotros.

__

Quisimos curar las heridas

A base de distancia de dejarnos

Crecer unas enormes

Alas justo allí donde

Había labios…

Pero también escribir es una incierta impostura…

Medio en serio, medio en broma José de María no se lo calla en el texto VII:

«Escribiendo no he podido evitar sentirme una especia de embaucador… escribiendo palabras… que otro debería haber dicho». Tras esto el poema VI adquiere una fuerza inimaginable:

El sol de la una que se arrastra

sobre la página

Me recuerda a otros

libros otras tardes frente al balcón

mientras leo

La insoportable levedad del Ser

henchido de fervor

y fumo o simplemente

miro el sol arrastrarse sobre

las losas

hasta llegar a la página

Visto así, como un embaucador, comprendemos que José de María admita en el XII que no sabe «si estas palabras consiguen expresar lo que quiero decir». A lo que añade una revelación: «Lo que sé es que elegirlos, suprimirlos, jugar con ellas, ha sido lo más parecido a un consuelo».

De nuevo, el consuelo…

Sin embargo, José de María demuestra las palabras de José Saramago, aquello de que el ser humano es un animal inconsolable, no sin su pizca de ironía:

He pasado horas y horas frente a estos poemas… ahora todo lo de fuera me parece extraño (XIV)

Antes, una palabra llevaba aotra. Ahora cuesta más trabajo que esta hilazón tenga lugar. A lo mejor es porque soy mayor, o porque soy más egoísta. (XX)

Mayor que yo, pues nació en 1972 en Córdoba, y nada egoísta, o tanto como pueda serlo un licenciado en Filología Inglesa y un profesor en Sevilla; además del presente (Mil novecientos setenta y) Dos, es autor del poemario Resurrecciones, publicado este mismo año por la Asociación Cultura y Progreso, y de Talismán, aún inédito. Fue finalista del Premio Revista Eñe de Literatura Móvil y, de espíritu participativo, ha estado presente en Ciclovida, el Día Mundial de la Poesía, Fiesta de la Alfabetización, 100 poetas 100 minutos, Feria del Libro de Sevilla, un homenaje a Saramago y varias actividades más.

Ha tenido presencia en varios medios: Onda Cero, Diario de Sevilla, Aguilar Digital.

Y, como autor de prosa creativa, suyos son la novela corta Hilados coreografiados y los cuentos Otros, los más y otros.

Apropiándome de sus palabras finales del libro que se presenta hoy:

«No importa tanto lo que digo sino todo lo demás. Lo que habéis leído (en este caso, oído) tiene su gracia. Pero lo no escrito, de lo cual no podéis tener ni idea, es aún mejor».

Así es, porque lo mejor, estimado público, procederá del propio José de María, el eje poético bifurcado en tiempo y poesía, en recuerdo y metaescritura, en belleza y consuelo.

Loco afán en Lucena

El pasado viernes, a las 21 horas, en el Palacio de los Condes de Santa Ana, tuvo lugar la presentación de Loco afán, el segundo poemario del autor lucentino Manuel Guerrero Cabrera, y quinta obra en su cuenta de autor. En el acto intervinieron Manuel Lara Cantizani, poeta y concejal de Cultura, quien leyó al joven lucentino una carta escrita por él destacando la mejoría de su poesía y su trabajo, y Martín Lucía, en representación de Ediciones en Huida, que señaló que Guerrero era el primer autor cordobés que publicaban desde su editorial.
El propio autor habló de la motivación de algunos poemas y de algunas claves del libro, como la influencia de Luis Alberto de Cuenca, Javier Lostalé o el tango; pues se trata de un libro dividido en cuatro partes, la primera dedicada a la poesía en sí misma, la segunda al amor, la tercera a la vida (con poemas de diversa temática) y la última a la muerte con un verso corto de carácter funerario.
Finalmente, hubo una lectura a cargo del poeta Antonio Llamas y de Claudia Luque, acompañados de la música de Solomía Antonyak y Manuel Delgado.