Reseña de Dónde la muerte en Ámsterdam de Ángela Martín del Burgo

http://www.lagallaciencia.com/2018/02/donde-la-muerte-en-amsterdam-de-angela.html

DÓNDE LA MUERTE EN ÁMSTERDAM

Ángela Martín del Burgo

Cuardernos del Laberinto, 2017

Vida, amor, muerte. Ahí quedan

escritos sobre tus labios.

Estos dos versos de Miguel Hernández siempre me han sido muy útiles para recordar de inmediato que la poesía se contiene principalmente de estos tres elementos. Incluso, se podría reducir más, por muy improbable que parezca, pues la vida está contenida en el amor y en la muerte; no hace mucho el poeta Ángel Manuel Gómez Espada me recordó que somos, precisamente, amor y muerte. Por ello, resulta revelador que Dónde la muerte en Ámsterdam de Ángela Martín del Burgo comience sobre estos dos motivos, «El amor y la muerte», términos que tal cual denominan a la primera parte de este poemario y que van de la mano por los textos que la conforman. En esta primera parte hallamos, además, dos de los poemas mejor construidos y que desde el primer momento nos muestran la fuerza poética de la autora. «El poeta habla de la amada» define a esta con eficaces metáforas de gran potencia visual, con una acertada relación de las imágenes (desde el espejo al mundo y de la piel al misterio):

La amada es el espejo

que nos refleja mundos desconocidos.

[…]

La amada es el mayor de los misterios

en un mundo sin enigmas.

En «El poeta tema la pérdida del amor», las imágenes son extremadamente sugerentes y ahondan en la hipótesis de la soledad («el frío espectral cuando anochece, / […] el ladrido de un perro / en busca de su amo»).

La compañera del amor, la muerte, se manifiesta ocultamente, pues está entre los versos. La autora, por ello mismo, cierra esta primera sección con este deseo de vivir algo más: «simplemente quería regar mis rosas».

La segunda parte del libro se titula «Ciudades», lugares que recrean momentos de vida, como la cotidianeidad que se recuerda de los rótulos de «Puente de Vallecas» o un recuerdo que se recupera del pasado en «Sevilla». En este viaje, Martín del Burgo no duda en hacer el recorrido mucho más sugestivo y valioso con imágenes muy logradas, como si reflexionáramos sobre una o más fotografías. Contemplemos la que ofrece la lectura de «Playa de Ereaga (Vizcaya)»:

Escalera gris de invierno, las ondas

del mar parecen continuar,

azul estratos de nubes, en el cielo.

Sin olvidar que la muerte también es compañera de este viaje, desde la experiencia «París es la muerte de mi padre» («París»), desde el recuerdo. Será en la tercera parte de esta obra, «Poemas de Daimiel», donde la conjunción de amor y muerte es más intensa, con poemas más breves, por lo general, y, los más intimistas de toda la serie, probablemente por la infancia que rememoran:

Mis padres edificaron la casa

y la arrasó el viento.

Yo he rehabilitado la casa;

la he alzado entre la sombra.

De noche se oye el ulular del viento.

Solo el ulular del viento

entre los árboles

en la noche en sombra.

La cuarta parte, que da nombre al poemario, marca el final del viaje que se inició con el amor y la muerte, pasando por todas las ciudades vividas y recuperando el tiempo ido de la infancia. La pregunta, dónde, es una cuestión de siempre, hundida hasta el tópico del Ubi sunt?, con un inesperado giro de preguntar al tiempo por la muerte: «¿Dónde la muerte se esconde?»

El rasgo de estilo más destacable de Martín del Burgo es el empleo de culturalismos o de referencias culturales. Aparecen en todas las partes del libro y proceden de distintos ámbitos, como la literatura («antes de la caída de la casa Usher», «la amistad / de Mário de Sá-Carneiro y Fernando Pessoa»), la pintura («La luz de Sorolla», «Los lienzos de R. Moscardó») o la música («las notas de Bach»).

Finalmente, concluimos esta revisión de Dónde la muerte en Ámsterdam con la determinación de que el tiempo es el elemento o hilo conductor de todo el conjunto, pues está presente casi de manera constante de manera expresa. En unas ocasiones, se asimila con la vida:

Son cortas las tardes de invierno

como es corta la vida.

En otras, se asemeja a la ciudad («Toda la belleza de Praga /  es un grito frente al tiempo») o se manifiesta como recuerdo («¡Ah, que la memoria no guarde / el vértigo de la belleza de un instante!»). Y en el fondo de nuestro ser tomamos el tiempo que nos mata y nos rehacemos:

Los árboles del parque se irán despojando de hojas,

y el alma aprende la lección.

El mismo proceso de desnudez

será un rico tesoro para los días venideros.

Reseña de Pequeño tratado de etología de Carmen Ramos en La galla ciencia

http://www.lagallaciencia.com/2017/09/pequeno-tratado-de-etologia-de-carmen.html

RAMOS, Carmen (2017): Pequeño tratado de etología. Lastura, 70 pp.

 

En la obra de Carmen Ramos es inusual encontrarse con textos que no hablen de lo que nos rodea, de lo cotidiano, de aquello que nos configura. Muestra de ello fue Poliédrica (2011) y Las estrellas han hallado otra forma de morir (2013), y así sucede con este nuevo título: Pequeño tratado de etología. En una nueva vuelta de tuerca, Ramos opta por centrarse en metáforas e intensificarlas mediante la palabra: estamos ante una poesía de línea clara que potencia al máximo la imagen como ejercicio literario y la relaciona con un sentimiento o una situación que, en definitiva, vivimos cada día. No en vano, la propia autora denomina a cada poema «Imagen».

 

Un día

creyó ver

en las caprichosas formas de las nubes

un ejército de dragones.

 

Solo tuvo

que palpar su pecho para saber

que el cielo puede ser ese cristal

donde solo se refleja aquello que sucede

muy, (sic) muy adentro.

(IMAGEN II)

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Reseña de Porque te llamas viento de Antonio J. Sánchez en La Galla Ciencia

Aparece una nueva reseña que firmo en la lectura digital de La Galla Ciencia, una de las principales revistas de poesía de España.

http://www.lagallaciencia.com/2017/02/porque-te-llamas-viento-de-antonio-j.html

 

PORQUE TE LLAMAS VIENTO DE ANTONIO J. SÁNCHEZ

(c)Manuel Guerrero Cabrera

 

Antonio J. SÁNCHEZ, Porque te llamas viento. Canto por la vida de Haizea Andrés Díaz. Poetas Zurdos, 2016.

 

Comentaba don Antonio Cruz Casado en unas palabras que tuvo para mi último libro que la temática de la preocupación por el hijo era una temática «persistente y profunda, no siempre bien considerada por la crítica al uso». Para ello citaba a poetas tan disímiles como Miguel Hernández, Gabriela Mistral, José María Pemán y Rubén Darío. Sin embargo, pese a que la relación de Antonio J. Sánchez (Sevilla, 1971) con la destinataria de Porque te llamas viento, Haizea, no es de padre e hija, bien podrían encuadrarse este conjunto de poemas en esta línea o corriente. En verdad, el poeta aporta dos elementos para que sea así: la apertura y cierre del poemario con fragmentos del conocidísimo Palabras para Julia de Goytisolo y, a modo de prólogo, la ‘Carta abierta a Haizea, aún en el vientre de su madre’, en el que el poeta trasluce un emotivo e inteligente homenaje a su padre (de él, no de Haizea) y su biblioteca (como él mismo ha dicho en más de una ocasión, tomando las palabras de Borges: «La biblioteca de mi padre ha sido el acontecimiento capital de mi vida»), para concluir que, entonces, las lecturas de su padre hallarían sentido en esta nueva vida llamada Haizea y, con ella, la de poeta; lo que, en definitiva, es amor e identificación.

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Reseña de La flor de la vida de Heberto de Sysmo en La Galla Ciencia

http://www.lagallaciencia.com/2016/10/la-flor-de-la-vida-de-heberto-de-sysmo.html

LA FLOR DE LA VIDA DE HEBERTO DE SYSMO

Manuel Guerrero Cabrera

Heberto de SYSMO, La flor de la vida Elogio de la geometría sagrada. Lastura, 2016, 190 pp.

Ciencia y poesía no han estado desligadas siempre o, dicho de otro modo, han estado unidas desde la Antigüedad. Aristóteles afirma en la Poética que se llamaba poesía épica a lo que se expone en verso, «sea un tema médico o sea un tema físico, […] mas nada tienen en común Homero y Empédocles, excepto el metro», pero el primero es el poeta que bien conocemos y el segundo, el filósofo de las cuatro raíces (que después daría lugar a los átomos), no. Gracias a la Antología Palatina se han conservado problemas y cuestiones matemáticas en verso. Manilio en el primer libro del Astronomicón (el más astronómico de la obra) expone en verso que la Tierra es una esfera y determina su eje; también, entre otros asuntos, habla de las constelaciones de cada hemisferio (de la Osa Mayor como inmutable en el cielo) y del movimiento del sol alrededor de la Tierra (una rotación geocéntrica). No debemos dejar atrás otros ejemplos como el Aryabhatiyam de Aryabhata o la obra de Omar Khayyam en oriente. Ya pasado algo más de tiempo, Tartaglia en el Renacimiento expone en verso la solución a algunas ecuaciones cúbicas, en el Barroco John Milton alude a la reducción de los metales en El paraíso perdido y en el Romanticismo Goethe elabora un tratado de botánica en el poema ‘La metamorfosis de las plantas’. Mientras tanto, en España no podemos afirmar que, salvo escasas excepciones que no voy a señalar, haya una poesía sobre ciencia o en relación con ella hasta finales del siglo XIX o el siglo XX: Francisco García Olmedo, Assumpció Forcada, Clara Janés, Rosa Fabregat, Andrés Neuman, José Miguel García Conde y Agustín Fernández Mallo, entre otros nombres. El universo, fórmulas, teorías (como la de los seis grados y de la catástrofe, entre otras), teoremas, paradojas matemáticas (por ejemplo, la de Zenón de Elea), geometría, elementos químicos y un sinfín de motivos extraídos de la ciencia en general que la han unido a la poesía. En esta línea se circunscribe La flor de la vida de Heberto de Sysmo.

Heberto de Sysmo es el pseudónimo de José Antonio Olmedo López-Amor (Valencia, 1977), colaborador habitual en más de una treintena de medios literarios (El coloquio de los perros, La galla ciencia, Caocultura, Culturamas o Todoliteratura.es, del que es miembro del Consejo editorial), Primer Premio de narrativa Ateneo Blasco Ibáñez en 2012, 2014 y 2016, ganador del VII Certamen Internacional de Poesía Fantástica Minatura 2015, del LVII Certamen Poético Fiesta de la primavera 2015 de Amigos de la Poesía de Valencia, y Primer premio del Limaclara Internacional de Ensayo en este mismo año de 2016. Además de la obra de la que vamos a hablar, es autor de Luces de Antimonio. Antología poética, escrito junto a Okoriades Varacri (2011), El testamento de la rosa (2014) y La soledad encendida, junto a Gregorio Muelas (2015).

Uno de los motivos para argumentar el encuadre de La flor de la vida dentro de una poesía unida a la ciencia es el «Ensayo de un entrópico desorden. El axioma del sofisma» que abre el libro y en el que asienta las bases científico-poéticas generales con las que luego versará el volumen. Así, parte de la laripse-espiral:

Reunir en una palabra, lo cotidiano, lo divino y el yo […]. Lo terrenal, lo celestial y el alma […]. Lo que verdaderamente me atrajo de la palabra laripse, es que leída del revés, da como la resultado la palabra «espiral».

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Reseña de Tebeos de Antonio J. Sánchez en La galla ciencia

Tebeos de Antonio J. Sánchez es la obra que reseño en mi primera colaboración con la revista de poesía La galla ciencia. Muchas gracias al equipo de la revista y, en especial, a Noelia Illán, por su confianza.

http://www.lagallaciencia.com/2016/06/tebeos-de-antonio-j-sanchez-por-manuel.html

galla

TEBEOS DE ANTONIO J. SÁNCHEZ

Mis tebeos me enseñaron a querer leer.

Con una afirmación como esta, extraída del poema «Nombres» de este Tebeos (Voces de tinta, 2014), el poeta Antonio J. Sánchez (Sevilla, 1971), autor de Balance de situación (2011) y Leyenda urbana (2012), muestra, por un lado, el leitmotiv del libro (un homenaje al tebeo) y, por otro, la importancia de su lectura en la vida del poeta. No es el primero que lo hace, pues Enrique Gracia Trinidad, autor del prólogo, o Luis Alberto de Cuenca, de quien hallamos alguna influencia en el estilo de sus composiciones, han publicado movidos por esta inclinación.

Hay una amplia nómina de poemas dedicados a personajes (Asterix, Superlópez, Batman y Mafalda, entre otros), que se complementan con otros de carácter general sobre estilos (el manga japonés o la línea clara de Hergé) y autores, en el que destaca «Ibáñez», para el padre de Mortadelo, de Rompetechos y de tantos otros, al que rinde consideración en un gran poema en el que el autor desvela la conjugación de lecturas adultas e infantiles, en el que aprovecha su ágil verso para comparar 13 Rue del Percebe con Gran Hermano, remarcando en una paráfrasis evangélica que «al principio fue Ibáñez».

En efecto, la nostalgia de la infancia, un tiempo y actitud que nunca volverá, es una de las líneas clave del libro:

Del pasado son los recuerdos

de un viejo lector

con demasiada nostalgia en los bolsillos.

Y es el elemento común diseminado en varios versos, como los de «Miércoles», en los que se poetiza el momento en que su padre le traía cómics, en un acertado contraste con la realidad cotidiana, el punto inicial de esta afición.

De la nostalgia al desencanto no hay mucha distancia:

Ahora ya sabemos

que vivir no es un tebeo.

Poemas como «Vida», «Héroes» o «Continuará», este último como una inteligente dilogía entre lo real y lo metafórico profundiza en el desengaño del gris cotidiano frente al mundo ofrecido desde las páginas coloridas del tebeo:

Ahí quedaba el héroe, y tú con él,

colgado de la cornisa, nada resuelto,.

Acechabas impaciente el kiosco,

esperabas la solución del número siguiente,

pero, un continuará tras otro,

nada se resolvía del todo.

Pero también el cómic consigue vislumbrar una crítica en sus textos: «América» al sueño americano, «Guerrero» a la enseñanza de la Historia y «Siglo XXI» a la solidaridad contemporánea:

Y, en medio de los escombros y la ceniza,

[…] ese día supimos que, en el siglo XXI,

íbamos a estar solos.

Dijo Will Eisner, uno de los más influyentes autores de este género gráfico, que «nada que aparezca en una página de un cómic es accidental». Así ocurre en los versos de Antonio J. Sánchez, pues todo lo poético pasó antes por su recuerdo y admiración para homenajear al mundo de los tebeos, aquellos que –es hora confesarlo– nos enseñaron a querer leer.

Manuel Guerrero Cabrera