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DÓNDE LA MUERTE EN ÁMSTERDAM
Ángela Martín del Burgo
Cuardernos del Laberinto, 2017
Vida, amor, muerte. Ahí quedan
escritos sobre tus labios.
Estos dos versos de Miguel Hernández siempre me han sido muy útiles para recordar de inmediato que la poesía se contiene principalmente de estos tres elementos. Incluso, se podría reducir más, por muy improbable que parezca, pues la vida está contenida en el amor y en la muerte; no hace mucho el poeta Ángel Manuel Gómez Espada me recordó que somos, precisamente, amor y muerte. Por ello, resulta revelador que Dónde la muerte en Ámsterdam de Ángela Martín del Burgo comience sobre estos dos motivos, «El amor y la muerte», términos que tal cual denominan a la primera parte de este poemario y que van de la mano por los textos que la conforman. En esta primera parte hallamos, además, dos de los poemas mejor construidos y que desde el primer momento nos muestran la fuerza poética de la autora. «El poeta habla de la amada» define a esta con eficaces metáforas de gran potencia visual, con una acertada relación de las imágenes (desde el espejo al mundo y de la piel al misterio):
La amada es el espejo
que nos refleja mundos desconocidos.
[…]
La amada es el mayor de los misterios
en un mundo sin enigmas.
En «El poeta tema la pérdida del amor», las imágenes son extremadamente sugerentes y ahondan en la hipótesis de la soledad («el frío espectral cuando anochece, / […] el ladrido de un perro / en busca de su amo»).
La compañera del amor, la muerte, se manifiesta ocultamente, pues está entre los versos. La autora, por ello mismo, cierra esta primera sección con este deseo de vivir algo más: «simplemente quería regar mis rosas».
La segunda parte del libro se titula «Ciudades», lugares que recrean momentos de vida, como la cotidianeidad que se recuerda de los rótulos de «Puente de Vallecas» o un recuerdo que se recupera del pasado en «Sevilla». En este viaje, Martín del Burgo no duda en hacer el recorrido mucho más sugestivo y valioso con imágenes muy logradas, como si reflexionáramos sobre una o más fotografías. Contemplemos la que ofrece la lectura de «Playa de Ereaga (Vizcaya)»:
Escalera gris de invierno, las ondas
del mar parecen continuar,
azul estratos de nubes, en el cielo.
Sin olvidar que la muerte también es compañera de este viaje, desde la experiencia «París es la muerte de mi padre» («París»), desde el recuerdo. Será en la tercera parte de esta obra, «Poemas de Daimiel», donde la conjunción de amor y muerte es más intensa, con poemas más breves, por lo general, y, los más intimistas de toda la serie, probablemente por la infancia que rememoran:
Mis padres edificaron la casa
y la arrasó el viento.
Yo he rehabilitado la casa;
la he alzado entre la sombra.
De noche se oye el ulular del viento.
Solo el ulular del viento
entre los árboles
en la noche en sombra.
La cuarta parte, que da nombre al poemario, marca el final del viaje que se inició con el amor y la muerte, pasando por todas las ciudades vividas y recuperando el tiempo ido de la infancia. La pregunta, dónde, es una cuestión de siempre, hundida hasta el tópico del Ubi sunt?, con un inesperado giro de preguntar al tiempo por la muerte: «¿Dónde la muerte se esconde?»
El rasgo de estilo más destacable de Martín del Burgo es el empleo de culturalismos o de referencias culturales. Aparecen en todas las partes del libro y proceden de distintos ámbitos, como la literatura («antes de la caída de la casa Usher», «la amistad / de Mário de Sá-Carneiro y Fernando Pessoa»), la pintura («La luz de Sorolla», «Los lienzos de R. Moscardó») o la música («las notas de Bach»).
Finalmente, concluimos esta revisión de Dónde la muerte en Ámsterdam con la determinación de que el tiempo es el elemento o hilo conductor de todo el conjunto, pues está presente casi de manera constante de manera expresa. En unas ocasiones, se asimila con la vida:
Son cortas las tardes de invierno
como es corta la vida.
En otras, se asemeja a la ciudad («Toda la belleza de Praga / es un grito frente al tiempo») o se manifiesta como recuerdo («¡Ah, que la memoria no guarde / el vértigo de la belleza de un instante!»). Y en el fondo de nuestro ser tomamos el tiempo que nos mata y nos rehacemos:
Los árboles del parque se irán despojando de hojas,
y el alma aprende la lección.
El mismo proceso de desnudez
será un rico tesoro para los días venideros.