Estadísticas de santería

Ordenando distintas publicaciones de años anteriores, he encontrado este artículo de estadística sobre el número de sitios en la santería lucentina, que yo realicé junto a Juan Cristóbal Ortega y Rafael Romero en el año 2000 (creo que Antonio Crespillo también hizo alguna aportación). Recuerdo que me hubiera gustado realizar un análisis de los santeros que participaban en varios años: cuántos repetían, cuántos se estrenaban, etc.
Se publicó en 2001 en Campanitas y en Entrevarales. Aquí queda ahora para consulta de quien esté interesado.

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Del balance de situación de Antonio J. Sánchez en Surdecordoba.com

Me hubiera gustado escribir una reseña en su forma habitual del muy buen poemario Balance de situación de Antonio J. Sánchez (poeta, contable y persona libro nacido en Sevilla), elogiar su sentido verso lírico, desentrañar algunas claves e interpretar su mundo poético; pero creo que las circunstancias que me han venido impidiendo su realización alegrarán al autor mucho más, así como entretendrá y animará a los lectores a conocer los versos que llenan las páginas de esta obra.
Puede decirse que comencé a leer Balance de situación al instante, pues Antonio J. Sánchez me lo entregó en un recital a tres voces con la poeta Carmen Ramos.
Durante la semana siguiente, la última de marzo, lo leía en mi trabajo de profesor entre clase y clase e, incluso, si podía, algún poema en las mismas clases… En semana Santa lo llevaba siempre conmigo y finalicé su lectura; luego lo guardé para leer un poema en el programa La voz a ti debida. Literatura joven, que presento desde Radio Atalaya.
Pero no sé qué debió pasar, pues desde entonces no lo encontraba. Miré en mi biblioteca y no estaba, así que deduje que se lo había dejado a mi novia, que tenía interés en leerlo:
–No me lo dejaste –me dijo.
Pregunté a los colaboradores de La voz a ti debida:
–No lo tenemos.
Revisé la cartera que suelo llevar al trabajo:
–No está aquí.
Por lo que empecé a preocuparme, ya que debía considerar la inadmisible opción de que se me había perdido. Sin embargo, a principios de mayo, preparando los textos y los libros para el siguiente programa de radio, lo encontré junto a los que suelo llevarme: El hombre y su poesía (antología) de Miguel Hernández, Uno partido de Ángel de la Torre y algunos tango-poemas de Homero Manzi.
Nada más reencontrarlo, releí las primeras páginas, los poemas que abren el fuego, y me volvieron a ser clarificadores. El primero, «Teorema», afirma en líneas generales que la poesía está en todo… y esta anécdota de la pérdida y del reencuentro me lo parece. Desde lo equivocado que estaba de la situación del libro («En poesía, dos más dos es cinco/ o treinta y uno») hasta el lugar correcto («a veces, incluso,/ dos más dos es cuatro»), desde lo concreto (el libro físico: «o pájaro») a lo abstracto (la ausencia del libro: «o miércoles»)… Todo forma un conjunto poético entre el Debe (el libro perdido se encuentra entre los que utilizo para la radio) y el Haber (el libro debería estar en las estanterías de mi biblioteca particular), que Antonio J. Sánchez expresa con imágenes mucho más certeras que con esta anécdota:
…la mano izquierda de quien amas 
es el centro exacto del Universo.
En poesía, la línea recta 
es siempre la distancia más larga, 
y a veces, incluso, 
dos más dos es cuatro.
De igual modo, el tercer poema, la divertida «Sanción administrativa», es reflejo de esta experiencia; el azar me retira el Balance de situación, como le retiran el carnet de bohemio al poeta, que se consuela llenando de migas de pan su balcón con nocturnidad, como yo reproducía los poemas de este libro en la oscuridad de mi habitación el tiempo que no lo tenía localizado:
Me han retirado el carnet 
de poeta bohemio, 
así que guardadme el secreto; 
pueden multarme si descubren 
que echo miguitas en las ventanas 
de mi piso de protección oficial 
para que se llenen de pájaros; 
y, asomado a ellas, 
cada madrugada, 
le cuento mis cosas a la luna.
Y en estas recreaciones confirmé lo profundos y oportunos que resultan las palabras de Antonio J. Sánchez, por ejemplo, el doliente nacimiento de los versos y la necesidad de comunicarlos:
Versos como agujas, versos como látigos, 
brotando de las grietas de un sueño; 
regresan palabras en llamas, 
un incendio de íntimas arenas. 
(Inspiración)
O lo efímero del ser humano, que es eterno en su palabra:
Han pasado dos mil quinientos años; 
el hombre que escribió en el barro, 
[…] 
todo cuanto conoció y amó 
es ahora polvo de desierto. 
Pero su voz sigue viva, 
palpita, con el acento de su aldea, 
entre las marcas del barro.
(La tablilla de barro)
O la esperanza ante la adversidad:
Se prepara el exilio de la púrpura y la seda, 
de las manos huesudas y pálidas, 
y quienes saben de eso dicen 
que mañana, al fin, amanecerá.
(Rumor)
Y el hallazgo definitivo, la verdad de las palabras de este sevillano en «El salario del poeta», líneas finales para indicarnos que…
Él no mide en cantidades 
sino en hondura.
[…] 
Pero ¿cómo medir la hondura 
de un gracias, 
de un abrazo, 
de unos ojos, 
de una lágrima?
Me atrevo a responder que sintiéndolos haciendo nuestro personal balance de situación, como él lo hace en sus versos y desde ellos  lo transmite a cada uno de sus lectores, porque su sueldo es el resultado de persona a persona.

Una lectura aracelitana: el genio de Aras en Lucenahoy.com

Con las Fiestas Aracelitanas, no sólo podemos disfrutar de la feria, la ofrenda y de la procesión de nuestra Madre por las calles, en lo que tiempo nos haya permitido; sino también vivirlas desde lo reflexivo, con el pregón y la oración. En este último ámbito –por llamarlo de alguna manera– también podemos acercarnos a la literatura aracelitana y recordar algunos versos de El genio de Aras, una extensa composición poética de Miguel Álvarez de Sotomayor y Abarca.
Sigo los estudios de don Antonio Cruz Casado (principalmente, la edición de Efectos del amor propio, 1994), a fin de trazar una breve biografía para conocer a este lucentino nacido en 1767. Por un lado, se dedica al ejército de la marina, donde fue Teniente de Fragata de la Real Armada en 1795, Capitán de navío retirado en 1827 (así se le define en un documento de apoyo a la creación de nuevas parroquias en Lucena) y, en el momento de su muerte (1839), Teniente de Navío, cargo con el que se jubiló; por otro lado, de su faceta artística destaca la poesía y, fundamentalmente, la poesía religiosa dedicada a la Virgen de Araceli. Como curiosidad, en relación con su preocupación artística, don Antonio Cruz Casado comenta que «se sabe que él personalmente se encarga de dorar el retablo de la iglesia de las Carmelitas Descalzas», citándose un documento de la época en el que se indica que «era “persona muy principal del pueblo que lo doró todo de su mano sin interés ninguno”».
Centrándonos en El genio de Aras, se trata de un extenso poema, escrito en versos endecasílabos y rima asonante en los pares, de gran religiosidad aracelitana con un intenso afán de mostrar la veracidad y exactitud de los datos sobre la Virgen de Araceli y sus milagros. Junto al texto poético, se incluyen unas anotaciones que complementan el contenido de los versos. Este poema comienza con una invocación a los ángeles, tras lo que el autor se presenta en el poema delante de las tres cruces y, de repente, se le aparece un genio que cuenta cómo se construyó el santuario y da relación de los milagros que la Virgen ha realizado en Lucena y otras ciudades.
Por último, reproduzco aquí uno de los milagros, que aparece en esta obra de Miguel Álvarez de Sotomayor y Abarca, quien nos anota que sucedió el primer domingo de mayo de 1703 al impedido Francisco de Mérida, cuyas muletas se colocaron en el templo como prueba del prodigio:
Gemía un lucentino, casi inmóvil,
interrumpido el uso de ambas piernas,
con solo el movimiento expuesto y tardo
que le daba la acción de dos muletas;
sabiendo un día que en aquel siguiente
salía en procesión el Ara excelsa
a media noche, de la fe ayudado,
subió el camino de la santa sierra.
A expensas de trabajos y fatigas
hasta la cruz llegó, donde comienza
del santo templo de la augusta casa
la escarpada y feliz florida senda.
Allí paró, pues para más distancia
su triste situación se halló si fuerzas;
de cansancio agotado allí se postra
y el celestial consuelo allí lo espera.
Cuando miró que por las altas cimas
en devoto tropel, piadosas muestras,
en los hombros gozosos de sus hijos
bajaba de la gracia el Ara bella,
pronuncia entonces con piadoso esfuerzo
fervorosos acentos con que ruega
a la madre de todas las piedades
que algún alivio a su mal conceda.
Con asombro indecible y de repente
recobra la salud, su fe acrecienta,
arroja las muletas, corre ansioso,
con diligente esfuerzo se maneja.
Lleno de compunción y de ternura
veloz transita la empinada cuesta
y con espanto de portento tanto
hasta las andas de la imagen llega,
donde con él, el plácido concurso
magnifican la gracia tan inmensa
del Ara de los cielos milagrosa
que portentos tan grandes manifiesta.

Temores, lluvias y diccionarios en La Opinión de Cabra

Acabo de leer un artículo de Antonio Muñoz Molina, en el que cuenta cómo se sentía de temeroso ante una cita de trabajo en Nueva York, recordando que le ocurrió igual veinte años antes en Granada, cuando solicitó una entrevista a un diario recién fundado. Es decir, el mismo temor, la misma cobardía, permanecía en él pasado el tiempo ante la misma situación; sin tan dilatado espacio temporal, esto mismo es algo que me ocurre, cuando escribo un artículo (como el que ahora lees) que no me animo a publicar, porque no me convence su estilo o no me aclaro al final.

Por ejemplo, la semana después de la Santa me centré en un texto sobre un par de matrimonios que se refugiaron de la lluvia de la tarde del viernes Santo en el zaguán del Círculo de la Amistad, pero que, en cuanto se dieron cuenta de dónde se encontraban, obviaron la utilidad del refugio y arremetieron verbalmente con inquina contra dicha Sociedad, pero los golpes de la lluvia en el suelo fueron mayores y los callaba…

¿Por qué no se iban, si tanto odiaban estar allí? ¿Acaso mostrar la animadversión era mejor actitud que empaparse? No evito recordar aquella milonga que decía:

Donde me invitan me quedo
y donde sobro, también.

Pero no fue así: hartos de esperar alguna reacción en los presentes o desde el sector del patio, decidieron marcharse mojándose por completo.
Y el temor al que me refería antes apareció, hizo que borrara el archivo (antes, el gesto de hacer una bola con el papel y lanzarla a la papelera) y planteó dudas sobre lo innecesario de ese escrito. Igualmente, hace una semana, con motivo de la inauguración de la exposición «Diccionarios» en el Museo Aguilar y Eslava, redacté una felicitación que derivó en una breve aproximación a la lexicografía:

He de felicitar al Instituto y Fundación Aguilar y Eslava por el gran trabajo que está realizando, de la mano de don Antonio Suárez y los participantes del taller, con la Biblioteca del citado centro, y por la exposición de «Diccionarios», que recomiendo desde estas líneas por su interés y su valor, tanto material como lexicográfico; ya que esta exposición es una buena muestra del tesoro bibliográfico que se posee en Cabra. Además, es un motivo fascinante para acercarnos a estos libros, compañeros inevitables en el conocimiento de nuestra lengua y el modo en el que evolucionan sus hablantes, que reflejan el afán por comunicarnos que hemos tenido los seres humanos.

Aunque no existen datos concretos sobre el origen de la Lexicografía, algunos estudiosos refieren que en la cultura sumerio-acadia aparecieron las primeras recopilaciones de signos, incluidos catálogos con nombres y léxico de los textos sagrados; en el ámbito hispánico, los antecedentes se remontan hasta las Etimologías (siglo VII) de San Isidoro de Sevilla (destaca lo llamativo de sus explicaciones mediante paráfrasis o similitud, por ejemplo, según este Santo, «Mors» ?Muerto? procede de «Morsus» ?Mordisco?, porque la muerte irrumpió en el mundo debido a un mordisco), y, dentro ya de la lexicografía moderna, Antonio de Nebrija con las obras Diccionario latino-español (1492) y Vocabulario español-latín (en la exposición hallamos una reproducción). Aún antes de la fundación de la Real Academia Española (1713), encontramos obras de gran envergadura, como el Origen y etimología de todos los vocablos originales de la lengua castellana (1601) de Francisco del Rosal y el Tesoro de la lengua castellana o española (1611) de Covarrubias; precisamente, esta última será la base del Diccionario de Autoridades (1726-1739), el primer diccionario de la Real Academia que se caracteriza por emplear citas de distintos escritores y que dará lugar al DRAE. No es la intención de este artículo resumir una historia de los diccionarios, sino animar al lector a visitar la exposición, donde encontraremos, entre otros, diccionarios enciclopédicos que se desarrollaron en el siglo XIX, destacando el Hispano-Americano de Montaner y Simón (1887-1889), que podemos contemplar en ella, y a lo largo del siglo XX la conocida de Espasa-Calpe…

Sí, persiste ahora ese temor de la necesidad de mantener estas palabras o de presionar la tecla para eliminarlas… Antonio Muñoz Molina consiguió evitar esta sensación y hoy, que la encuentro con el cuidado «entre las azucenas olvidado», me aprovecho de ello para enviarlas hasta quien las quiera leer.