La noche que Gardel recordó a mi padre. Relato para homenajear al Zorzal

Este relato de mi autoría se publicó en el libro Mano a mano con Gardel (Ende, 2015) para homenajear a Carlos Gardel en el 80º año de su fallecimiento, así como a Pascual Contursi, una de las personas más importantes en la historia del tango. 



LA NOCHE QUE GARDEL RECORDÓ A MI PADRE

(c) Manuel Guerrero Cabrera

 

1.-

Cuando entré en Las Violetas, estaba allí. Puede decirse que nuestras miradas se encontraron a la vez, mas no nuestras sonrisas. La suya era radiante e iluminaba más que la luz que entrara de día por los vitrales del establecimiento, la mía era de circunstancias, porque había muerto mi padre hacía pocos meses y él, sonriera o no, como tantos otros amigos, me recordaban sus últimos días llenos de angustia y desesperanza.

–¡Amigo Katunga! –se me acercó y me apretó el brazo–¿Cómo te encontrás?

–Bien, bien… –respondí sin mucho ánimo.

–No hay día que no piense en tu viejo. ¿Sabés? Esta noche estuve en el Río de la Plata y canté dos de sus tangos.

–¿En el cine?

–Así es…

–Muchas gracias, Carlos. Donde quiera que esté, mi viejo te lo agradece también.

–¡Ánimo! –volvió a apretarme el brazo– Me apeno de verte tan triste. ¿No van bien las cosas?

–Sí, van bien para como está el mundo y para como estaba él.

–¡Pobre tu viejo! Vos sabés que con él éramos amigos de la milonga…

–Ya podemos irnos, Carlos –era Armando Defino, el apoderado de Carlos, que, mientras hablaba conmigo, se había quedado con el encargo en la confitería Las Violetas, que no tenía nada que ver con los bizcochitos o los confites, sino más bien con el turf–. ¡Oh! Perdoname, José María, que no le reconocí. ¿Cómo le va?

–Pues, amigo Defino, no podemos dejar al hijo de Pascual con esa cara desconsolada. ¡Vamos a mi casa!

Carlos me quitó la vez de la respuesta. No admitió ninguna negativa y, solamente con su muy particular cortesía, que bien podría denominarse «gardeliana», me encontré junto a ellos, en Rivadavia y Medrano, dentro del carro de Defino que nos llevaría a la casa de Carlos Gardel en el Abasto.

 

2.-

–¿Conociste a mi viejo antes del 17? –le pregunté a Carlos– Nunca me habló de vos antes de Percanta que me amuraste…, de Mi noche triste.

–¿Quién no lo conocía? Pascual era un tipo inteligente y, mirá vos, algo que no es habitual: tenía don de gentes –tomó un cigarro y lo encendió.

–Creo que en Montevideo tenía en su repertorio canciones del dúo con Pepe –apuntó Defino en el silencio del tabaco.

Los tres estábamos en una de las salitas que daba al patio central de la casa. Del patio, además del olor de las diamelas, entraba un aire silencioso, roto por nuestra conversación y los vasos del suave vino que nos había servido el anfitrión.

–¡Qué cierto! –corroboró Carlos– Yo lo tuve que conocer allá en Montevideo, en el Moulin Rouge. Tenía un tango… ¿Cómo se llamaba…?

–¿Pobre paica? ¿Flor de fango? –indiqué con dudas.

– ¡El flete! –casi gritó el cantor.

–Le alabaron mucho por ese tango –apunté.

–Le alabaron por casi todo –me corrigió Gardel–. Amigo mío, perdoná por lo que voy a decir, pero El flete no era de sus mejores tangos. Eso sí, había que escucharlo. Es que en esos años, te hablo de 1915, llegás a Montevideo y te preguntan por El flete antes que por la salud… Aunque supimos que tocaba en varios cabarets, como el Royal Pigalle o el Moulin Rouge; fue en este último donde lo oí… ¡Y qué sorpresa cuando tocó los valsesitos y los estilos que hicimos Pepe y yo! Al acabar la actuación, me acerqué y le dije: «Vos sos Pascual Contursi»; me miró y me dijo: «Y vos, Carlitos Gardel del dúo Gardel-Razzano. ¿Quién aprobó este examen de reconocimiento?» –nos reímos los tres.

–Y, a partir de entonces, fuisteis amigos –concluí.

–Sí, aunque no lo veía con frecuencia. ¡Tu viejo estaba encariñado con Montevideo! Voy a contar a vos algo que me pasó con él. Seguro que no lo conocés… Una mañana de 1917 tu viejo se apareció por aquí, por Buenos Aires…

 

3.-

Una mañana de 1917 Pascual había llegado muy temprano a Buenos Aires. Tenía varios asuntos pendientes y, de puro madrugador, no podía realizar la mayoría hasta bien entrada la mañana, así que se había dirigido a la pieza que Carlitos Gardel compartía con su madre, en Corrientes, cerca de Callao.

Doña Berta, la madre de Carlos, salió a recibirle y, al preguntar por su hijo, le hizo pasar sin más; pues, ante todo, esta mujer era discreta.

Pascual lo esperó de pie en la salita y, al poco, apareció un ojeroso Carlos, que había ganado peso respecto a la última vez que lo vio y llevaba un peinado que le favorecía muy poco, con el pelo cayendo a dos aguas en su cabeza. Le sonrió al verle, sin mostrar apenas los dientes y exclamó «¡¡Pascual!!» antes de abrazarse.

Mientras desayunaban, se contaron sus proyectos: Pascual seguiría en Montevideo hasta que pudiera ir a Europa, en especial, a la ciudad soñada de París; Carlos continuaría en el dúo con Razzano, aunque presentía que destacaba sobre su compañero, y le gustaría probar fortuna en el cine. En un momento de la conversación, Pascual visualizó la guitarra de Gardel:

–Tenés ahí tu viola. Dejámela un momento.

–¿Querés tocar ahora? –inquirió Carlos.

–Te voy a hacer escuchar un tango –respondió con seguridad Pascual.

–¿Un tango? –expresó con sorpresa, mientras se levantaba a por ella.

–Sí. Es de un muchacho uruguayo que me lo pasó en el Royal.

Gardel se la entregó y Pascual la afinó lo mejor que pudo para su interés.

–Escuchá, Carlitos –y comenzó a entonar–: Percanta que me amuraste… en lo mejor de mi vida…

Carlos Gardel era todo oídos. La expresión de su rostro mostraba satisfacción y sorpresa y, en su ánimo, crecía la emoción. Le gustaba y, sobre todo, le fascinaba el tono melancólico de la letra, muy distinto a esos tangos picantes de burdel, que siempre oía y mal cantaba en sus trasnoches con la barra.

–Porque su luz no ha querido… mi noche triste alumbrar…

–¡Qué gran tango, Pascual! –dijo Gardel–. Su ritmo es tango, es indiscutible; y me gusta lo que cuenta. Cantámelo otra vez y le preguntás a tu amigo si no le importa que la incorpore a mi repertorio.

–Pa’ eso estoy aquí.

 

4.-

Carlos hizo una pausa mayor de lo normal, con la mirada perdida en algún punto del recuerdo. Yo lo había estado escuchando con muchísima atención, tanto que me pareció haber viajado a esa mañana de 1917 hasta que su silencio me trajo de vuelta.

–Me gustó tanto que lo aprendí enseguida –continuó de pronto–. Se lo cantaba a mis amigos, que se entusiasmaban con oírlo, pero no me decidía a hacerlo en público… Hasta que me largué con un poco de miedo en el Esmeralda con el éxito que vos sabés. ¡Recién entonces supe que tu viejo era el autor!

–Yo creía que os la dio a Pepe y a vos en el Urquiza, en Montevideo –apuntó Defino con cara de extrañeza desde su asiento.

Gardel miró a Defino, luego llevó la vista hacia el cielo y, finalmente, volvió a centrarla en él sonriente.

–Defino… Lo que vos decís fue con otro tango –ahora se volvió hacia mí–. Y vos, Katunga, ¿qué sentís después de lo que te conté?

–Carlos, amigo, ¿qué puedo decirte nomás? Estoy impresionado… No, emocionado… Sé que nunca olvidaré las palabras sobre mi viejo que dijiste. Y valdrán mucho cuando añada a mi narración que las dijo el gran Carlos Gardel –comenté verdaderamente estremecido por el testimonio que recién había oído.

–Es de justicia que a Pascual lo coloquen donde merece. Era un músico increíble que, además de vos, tuvo al tango como hijo.

–¡Qué bueno! ¡El tango es mi hermano!

–¡Che, José María! ¿No pensás seguir los pasos de tu padre y componer? Mirá vos que creciste entre puros tangueros. Y podés poner tu nombre al lado del de tu viejo.

–Ese tango ya pasó. Yo escribiría de otra manera.

–Muchachos –intervino Defino de repente–, yo me retiro que por la mañana tengo cosas que hacer.

–Armando, si vos vas en auto, ¿podés acercarme a casa? –pregunté.

 

5.-

Armando recién me había dejado, cuando me puse a buscar la llave para entrar en mi domicilio. No tenía prisa, pues pensaba en la conversación que esa noche había tenido con Carlos Gardel. Encontré la llave, pero no la introduje en la cerradura. Me eché de espaldas a la pared y aspiré el aire fresco de la noche.

En un torbellino insólito se me vino a la memoria algunas madrugadas en Montevideo de pibe con mi padre… ¿Cómo iba a estar a su altura? Pascual Contursi tomaba la guitarra y la poesía salía sola acorde a acorde. Como un juglar, mi padre tenía genio para el ritmo y un amplio vocabulario con el que podía cantar cualquier historia, en especial, las de amor, que dan mucho de sí la relación entre un hombre y una mujer. ¿Cómo escribir? El tango, la milonga, el vals son poesía. Pero la poesía que escribo es diferente a la del Malevo Muñoz o a la de Cele Flores.

«¿No pensás seguir los pasos de tu padre y componer?», le había dicho Gardel. Estaría bien escribir algo que cantara el Zorzal, pues estaba seguro de que su voz sería eterna… «Y podés poner tu nombre al lado del de tu viejo». Mi nombre al lado del de mi padre. Estaría bien.

Aspiré fuertemente el aire de nuevo. Me puse frente a la puerta y la abrí. Antes de atravesarla, para que la soledad de la noche de Buenos Aires fuera testigo, dije:

–Así haré, viejo. Con la voz de Gardel, mi nombre y… tu nombre.

Citado en un libro sobre tango

Aquí está citado mi trabajo «Rubén en la novia ausente. Una sonatina de Enrique Cadícamo», publicado en Tango. Bailando con la Literatura:

https://books.google.es/books?id=_9acAgAAQBAJ&lpg=PA47&ots=iFUYoLkOKz&dq=chica+que+te+arrostras+en+el+tango&hl=es&pg=PA85#v=onepage&q=%22guerrero%22&f=false